miércoles, 24 de septiembre de 2008

Leyenda de Rómulo y Remo

Primera parte

Numitor era el rey de una ciudad de Lacio llamada Alba Longa. Fue destronado por su hermano Amulio, quien lo expulsó de la ciudad, y procedió a matar a todos sus hijos varones excepto a su única hija Rea Silvia. Como no quería que Rea Silvia tuviera hijos la obligó a dedicarse al culto de Vesta asegurándose de esta forma de que iba a permanecer virgen.
Sigue narrando la leyenda, que Rea Silvia se encontraba durmiendo en la orilla de un río y el dios
Marte se quedó prendado de ella, la poseyó y la dejó embarazada. Como consecuencia de esta unión, Silvia, tuvo dos gemelos a los que posteriormente llamó Rómulo y Remo. Antes de que el rey Amulio se enterara del suceso, colocó a sus hijos en una cesta en el río Tíber para que no sufrieran el mismo camino que sus tíos. La cesta embarrancó. Los pequeños fueron amamantados por una loba, Luperca, y más tarde recogidos por el pastor Fáustulo y cuidados por su mujer, Aca Larentia. Se decía que habían sido educados en Gabio, centro cultural del Lacio; más tarde se dedicaron al bandolerismo.

Segunda parte

Cuando crecieron descubrieron su origen, por lo que regresaron a Alba Longa, mataron a Amulio y repusieron a su abuelo Numitor en el trono. Éste les entregó territorios al noroeste del Lacio. En el 753 a. C. los dos hermanos decidieron fundar una ciudad, según el rito etrusco, en ese territorio, en una llanura del río Tíber en el preciso lugar en donde embarrancó la cesta. Delimitaron el recinto de la ciudad (pomoerium) con un arado que sería la supuesta Roma quadrata del Palatino. Rómulo juró matar a todo aquel que traspasara los límites sin permiso.
Discutiendo sobre el nombre de la ciudad decidieron que lo elegiría aquel que avistase más pájaros, prueba que superó Rómulo y otorgó a la ciudad el nombre de Roma (muy similar a su nombre y en parte basado en la heroína
Roma). Remo, enojado, discutió con Rómulo y borró el surco de los límites de la futura ciudad. Cumpliendo el juramento, Rómulo lo mató.
La ciudad se levantó en el pomoerium palatino, y Rómulo quedó como único soberano. Creó el
senado, compuesto por cien miembros (patres) cuyos descendientes fueron llamados patricios y dividió la población en 30 curias (congregaciones). Para poblar la ciudad, Rómulo aceptó todo tipo de gente (asylum): Refugiados, libertos, esclavos, prófugos, etc.
El rapto de las sabinas

El rapto de las sabinas


Sin embargo, con este método la población era eminentemente masculina. Organizó unas pruebas deportivas a las que invitó a una población vecina y que aprovechó para raptar a sus mujeres (el Rapto de las sabinas). Todo acabó amigablemente, pues las mujeres intercedieron por sus nuevos maridos, los romanos, y Rómulo formó con el rey sabino, Tito Tacio, una diarquía que duró poco, hasta la muerte del sabino. Queda Rómulo sólo como rey, que realizará diferentes y victoriosas empresas bélicas.

Muerte

Moriría en el 717 a. C. Existen varias versiones de la muerte de Rómulo, bien arrebatado por los cielos en medio de una tempestad provocada por su padre Marte o bien asesinado por unos senadores conspiradores. En honor a la fecha de su desaparición se celebraban las fiestas Nonas Caprotinas. Acabará divinizado y adorado bajo la advocación de Quirino.
Tras su muerte se producirá un año de interregnum hasta que el senado elige como rey a
Numa Pompilio.
En la cronología actual la fecha de la fundación de Roma se fijó el
21 de abril de 753 a. C. Esta fecha era el año 0 para el Imperio romano, ya que se la tomaba como punto de referencia para fechar eventos en el mundo romano. Se lo aludía como el Nacimiento de Roma (200 aUC: Anno 200 ab Urbe Condita: «En el año 200 desde la Fundación de la Urbe o del Nacimiento de Roma»).

*Recientemente, en noviembre de 2007, se produjo el hallazgo de la cueva que en la antigüedad era reverenciada como el lugar donde se creía que habían sido amamantados los gemelos Rómulo y Remo.


Mis comentarios

Me parece que es una buena historia, aunque tiene su trama muy intensa de muerte y cosas como esas, nunca había leído esta leyenda, pero m pare muy interesante, por el hecho de que a unos niños los amamante una loba.
En muchas de las descendencias es cierto lo que se narra en esta, solo que esta es una leyenda. Los hermanos no debieron de tenerse como enemigos, ya que no tenían derecho uno sobre otro lo único que era es que se tenían que comprender por que eran hermanos, pero no, dicen que los hermanos se pelean mucho, por eso casi siempre están en problemas pero eso no debe de suceder por que se supone que son hermanos y no se deben de pelear.
La vida de toda persona es complicada, pero debe de superar todo lo que pase a su alrededor lo que hizo la madre de Rómulo y Remo estuvo bien hecho en mi punto de vista, ya que lo único que quería era proteger a sus hijos de la muerte, valga la redundancia.
Por otra parte las personas que los cuidaron después y fueron buenos con ellos ayudándoles a encontrar su hogar, realizaron una buena acción por que no todos los padres que adoptan les gustaría que sus hijos supieran que son adoptados, bueno aunque este no es el caso, pero más o menos así se podría explicar.
La parte que yo considero que estuvo mal fue la que llegaron y solo por venganza de la muerte de sus tíos mataron al rey. Claro el no se tentó el corazón cuando mato a sus tíos, pero esta bien, la acción es valida en parte pero no es justa la acción del hermano de su abuelo. La verdad solo el primero que tuvo la culpa de sus acciones fue el hermano de su abuelo. La parte que considero que es buena es que dejo viva a la hija de su hermano, la madre de Rómulo y Remo.
Las acciones de la personas que se consideran mayores no todas las veces son buenas ya que no realizan algo bueno para la humanidad, por ejemplo que es lo que buscaba con matar a la descendencia de su hermano, solo orgullo o que.
La siguiente parte de la escena esta mal por la parte de Rómulo, ya que lo que quería hacer era vengarse de lo que le hicieron a su abuelo y el hizo algo similar con su hermano q hasta se murió y el se quedo con toda la riqueza.
De verdad muchas de las personas que se vengan de algo, muchas veces de lo que menos les agrada es lo que mas hacen, como Rómulo. La acción que hizo con su hermano fue de muy mal ver.
La conclusión que yo le puedo dar a esto es que lo mejor que se puede hacer en ese caso es que no se deben de estar con resentimientos los hermanos, por otra parte como lo dicen muchas personas lo malo lo llevan en la sangre aunque no es verdad, solo es un decir.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Textos orientales


Semejanzas:
*Creencia en dioses
*Estan dirigidos por un dios o varios
*Cuando mueren creen que los van a salvar
*Creen en el diluvio
*A causa de esto tienen una descendencia despues del diluvio
*Piden perdon a sus dioses
*Tiene a alguien que da o guia
*Creen en una persona que les da una enseñanza
*Alaban y adoran a sus dioses
*Todos despues de la muerte se vuelven iguales
*Como creian en un diluvio, cuando querian encontrar un lugar mandaban a una paloma
*Para lo del diluvio existe un mensajero que les advierte del hecho
*Todos viven en pecado
*Solo hombres se podian salvar con sus buenas obras
*Todos obtienen un castigo de su dios
*En su vida deven de tratar bien a los animales para que los salven
*Los animales los salvan
*Para ellos lo mas importante es q se salve un hombre
*Si se salva un hombre puede vover a reconstruir el planeta
*El diluvio ocurre en 7 dias
Diferencias:
*Este acontecimiento ocurre en diversas fechas
*Diferente tipó de diluvio
*En otras se realizaban ofrendas
*Pedian por la salvacion
*Las personas que no sobrevivieron se convirtieron en barro
*Realizaban diferentes sacrificios
*El que sobrevivio obtuvo una esposa de la naturaleza
* En una cultura se realiza dos veces eldiluvio por que se enfada el dios del huracan
*Creen en una que los animales mas grandes son los que se salvan, como la ideologia que tiene que se salva Manu por un pez gigante
*No tiene una idea sierta o sertera de quie día acabo su diluvio
*No llevaban mujeres
*Solamente la hebrea si
*Una solamente lleva el adn de los animales
*Una lleva parejas de cada especie
*Nadie les da una señal de que se acabo el diluvio
* En una cultura los animales hablan
*No eligen a nadie en el punto medio
*La hindu tiene a un salvador
*Otros esperaban la palabra de su dios
*Creen en diferentes dioses

Ideologia de la muerte oriental

Para los orientales es muy sagrada la etapa de la muerte, ya que para ellos es volver a nacer pero en otro estado, del mismo modo que nacer a este mundo, fue morir en un estado anterior, pero además, nos estamos muriendo desde que nacemos y la muerte es el momento en que abandonas la envoltura carnal, porque ya resulta inservible.
Todo esto quiere decir que casi todos los pueblos del oriente creen en la reencarnación o en el renacimiento. Por que como en otras partes del mundo muchas personas tienen diferentes ideologías de la muerte.
La vida para ellos es solamente un camino por el cual las personas se desarrollan como quien dice nacen, crecen y mueren. Todas las personas tenemos diferentes caminos e ideologías, lo que nos hace diferentes a los demás, todos tenemos una razón de vivir aunque sea la mínima pero la tenemos. Muchas de las personas que creen en el renacimiento respetan mucho a la naturaleza, hasta en sus obras de arte como puede ser pintura, escultura, escritura, entre otras una de las cosas las cuales les distinguen de otras es la forma en la cual se dice el acontecimiento o se tiene basado o fundamentado. Ya que como ellos nacen en un entorno en el cual se respeta a la naturaleza ellos también realizan lo mismo.
Cuando ellos creen que hicieron algo bueno las personas que murieron, creen que van a ser unos grandes animales, y no unos insectos, por que supuestamente por eso en unas culturas se le respeta a la vaca y se le deja andar con toda libertad, por que según ellos fue una persona que en su otra vida se porto bien. Claro pero respetan también la ideología de otros.
La muerte se da desde que naces por que ya tienes un fin que es la muerte. La vida es algo que debes de disfrutar por que en cualquier instante la puedes perder, valorara lo que tienes, gracias a tus padres. La vida como yo digo: “la vida viene, la vida va, pero si no la cuidas la perderás”, ya que creo que es muy verdadero y se relaciona con las malas acciones que diversas personas hacen y las llevan a la muerte.
Para los orientales, la muerte es una palabra de volver a nacer, pero esta va a pagarte como es que tú fuiste en la vida que anteriormente tuviste. Seamos o no seamos de la su religión debemos de respetar cada ideología y creencia de las personas de otros lugares, allí se mostrara nuestra educación.
Muchas personas creen que lo relacionado con la muerte es un síntoma de sufrimiento y dolor, pero la verdad es que es el descanso del alma, dejas tu vida atrás y no lo se continúas pero en forma que nosotros no tenemos capacidad para similar.

EL MAR (Fragmento del Mahabarata) - Historieta

Los hermanos Vinata y Kadrú, cuando la noche hubo comenzado a disiparse, hacia la mañana, al salir el sol, apresuradas e impacientes corrieron por la ribera… Allí vieron el mar de aguas profundas; el mar con su gran poblado, poblado de peces y de ballenas, de tiburones, de animales innumerables, espantosos, horribles y d variadas formas, de tortugas y cocodrilos: el mar terrible, cuyo clamor asusta, infranqueable por sus remolinos profundos, que llevan el miedo al corazón de las criaturas; el mar, removiéndose en sus orillas por la acción vigorosa del viento encrespándose por el furor de su agitación, acercándose, retirándose y removiendo sus innumerables ondas; el mar lleno de ondas que se hinchan cuando la luna crece, la mina más rica de pedrerías; el mar que produjo la concha de Krishna. Turbado en otro tiempo hasta su fondo por el poderoso Govinda, cuando bajo la forma de un jabalí estuvo buscando al tierra bajo sus ondas agitadas; ese mar, cuyo fondo no pudo encontrar durante cien años el Brahmarsi Atri, y que se apoya siempre en la bóveda del cielo; ese mar, sombrío lecho de Vishnú en su esplendor infinito, origen de loto, cuando en la remota época de la renovación del mundo, saboreaba el éxtasis de su absorción en el seno del absoluto el mar que allana las montañas conmovidas por la caída del rayo el mar, asilo de los Asuras vencidos por los dioses, ese mar que ofrece a Agni la ofrenda de su oleaje, se mostró a las dos hermanas como inconmensurable y como rey de las riberas. Y ellas contemplaron el vasto océano que parecía danzar en todas sus ondas y hacia el cual, rebosando de aguas profundas, se dirigía sin cesar una multitud de caudalosos ríos…

miércoles, 10 de septiembre de 2008

REVOLUCIÓN CULTURAL CHINA

Durante la revolución cultural china, se dio un hecho especial, por que mientras se daba la guerra se daba internamente otra guerra de la producción literaria y artística, esta comenzó en el año de 1966, como siempre con un grupo de personas que quieren darse a expresar en el entorno en el que ellos se desarrollan o en el cual no los dejan que se expresen libremente. En muchas etapas de la vida de la humanidad se a dado a conocer que los jóvenes son los que como dicen: “alzan la voz”.
El primer paso fue en una Universidad de Beijing en donde se dieron a expresar lo que sentían, a causa de esto otras personas en el mismo país comenzaron a pintar murales. A causa de esto aunque se opusieron las personas de los mas altos niveles, esto quiere decir que las personas del gobierno y los mas altos dirigentes.
Pero como se dieron cuenta de que eran muchas las personas que buscaban este cambio decidieron que se iba a aplicar, pero debido a tanta crítica pública por este punto se quedaron en los trabajos más humildes de su país.
Aunque con esto en otros países se sigue expansionando el querer de hacer cosas nuevas las cuales beneficiaran alas demás personas de los alrededores.
Ya que la libertad de expresión es la que influye en todo individuo, tiene que ser reconocida, ya que es tangible. Toda persona tiene derecho a expresar lo que siente sin ninguna reprensión a la palabra, es muy importante la expresión ya que hace que la persona se desarrolle y crezca moralmente, en cualquier aspecto como es la pintura, es una forma de expresarse.
Muchas personas que no tiene un buen concepto de la vida creen que la expresión de cada persona muchas veces es una falta de respeto a la moral, en muchas de esas ocasiones ni siquiera saben que es la moral y para que nos sirve en el ámbito social. En todo momento de nuestra existencia se ha dado el derecho a la libertad de expresión, bueno no para todos pero para las mujeres si ya que a las mujeres se les trataba de otra forma muy distinta la que en nuestros tiempos, gracias a las mujeres del ayer gozamos de la libertad de expresión.
En toda revolución el objetivo general es el de cómo la palabra lo dice es hacer una revolución en el entorno, obviamente para mejor las condiciones de vida o para buscar un bien común entre un grupo o sociedad. Para ellos se necesita tener una unión, algo que los lleve a un mismo objetivo. En muchas de las etapas de la vida se a dado un cambio, el cual llega a un fin verdadero y que sirva de algo, por que si no pasara esto para que tantas cosas, para que tanta muerte, si no se realizara un cambio estarían ofendiendo mucho a las personas que de verdad fueron a combatir para llegar a un objetivo.

XUE DA Y YIN LING



(Cuento de la nacionalidad hui)

Mucho tiempo atrás, había muy lejos de la ciudad una montaña llamada Ganchailing, bajo la cual se hallaba una ensenada. El terreno del lugar era fértil y las flores se abrían por doquier. Era un lugar maravilloso.
Allí vivían treinta familias pobres, a las cuales había unido el deseo de escapar de las dificultades. Entre ellos todos eran iguales, y transcurrían su existencia como una familia compartiendo las alegrías y las penas. Subsistían gracias al trabajo de sus propias manos, cultivando los campos y cazando.
Entre ellos había un joven llamado Xue Da, que siendo muy niño llegó a la ensenada con sus padres. Luego, lamentablemente éstos murieron y él se quedó huérfano. Desde entonces las demás familias lo trataron como un hijo propio, cuidándolo y educándolo. En la misma aldea habitaba una viuda de apellido Li que tenía una hija única de nombre Yin Ling. Madre e hija eran especialmente buenas con Xue Da. El consideraba a la gente de la aldea como a sus propios parientes. La viuda Li era para él como su madre, y Yin Ling como su propia hermanita.
Xue Da fue desde pequeño muy valiente y laborioso: al llegar a los diecisiete años se mostraba guapo, atrevido, fuerte y experto en todo tipo de artes marciales. Sobre todo, era muy diestro con el arco y la flecha. No había un tiro que no acertara y no existía animal de la montaña que a su encuentro lograra escapar. Al mismo tiempo era un buen labrador y lo que él plantaba crecía muy bien. Cierto día, Xue Da fue a cazar a la montaña y se encontró con un viejo de pelo blanco que le regaló un arco milagroso y tres flechas de oro. Desde entonces, no hubo animal feroz, ni demonio transformado en árbol o montaña, que no muriera bajo sus flechas de oro.
Yin Ling había cumplido los quince años siendo una jovencita alegre y delicada. Los pájaros y flores que bordaba parecían reales y la gente se peleaba por comprar las telas que ella tejía. Cantaba muy bien y su voz era como una campanilla de plata, así de clara y fascinante. Cuando ella cantaba hasta los pájaros y los pequeños animalitos la rodeaban para escucharla. Un día la joven fue a la montaña a recoger leña y se encontró con una anciana bondadosa que le obsequió con una flauta prodigiosa. No importaba cuan cansado estuviera uno, con sólo escuchar su música la fatiga se le esfumaba de una vez.
Xue Da y Yin Ling siempre ayudaban efusivamente a los demás. Ellos repartían entre los aldeanos la caza del día o la leña que se había recogido. Ayudaban a quien estuviera en dificultades y de esta manera vivían felices y en paz con los demás.
Pero hubo un año en que los aldeanos contrajeron una enfermedad. A todos los que se enfermaban les empezaba, poco a poco, a crecer el estómago. Era una especie de edema abdominal muy difícil de curar. El mal se fue extendiendo por toda la aldea y los enfermos eran cada vez más. Estos se lamentaban dolorosamente bajo la tortura del mal. Al ver a sus allegados sufrir, Xue Da y Yin Ling se sentían muy tristes y decidieron sacrificarlo todo para acabar con el sufrimiento de los demás. En la aldea había un señor Ma que había estudiado un poco de medicina. Los jóvenes llegaron hasta él para preguntarle qué clase de enfermedad era aquélla y cómo se podía curar.
- Es una especie de edema abdominal – dijo el hombre – un poco difícil de curar. Sin embargo, dicen que hay un método de cura, pero dos de las medicinas que se necesita son difíciles de conseguir. Una es bilis de leopardo, y la otra, una hierba medicinal llamada Malianxian. Con ambas medicinas hay cura. Pero hay que conseguirlas en el plazo de tres meses, de otra manera los afectados ya no podrán sanar.
Los dos jóvenes escucharon las palabras del señor Ma y decidieron dividirse encabezando dos grupos para ir a buscar los remedios. Luego le preguntaron al señor Ma dónde podían conseguir esos dos elementos. El hombre contestó, como si estuviera recordando y pensando a la vez:
- Según he escuchado decir a los viejos, en la cueva Xiangu del precipicio Wanshi hay un leopardo. Sólo sale una vez al año de la cueva, y lo hace durante la canícula. Luego llegó a la cueva un demonio y desde entonces nadie ha vuelto a atreverse a ir. La montaña donde se encuentra la hierba Malianxian está muy lejos de aquí, y se llama Montaña de las Diez Mil Flores. Para llegar hasta allí hay que pasar por la Gruta de los Diez Mil Pájaros, donde hay extrañas aves muy feroces. En general, este lugar es imposible de pasar.
Los jóvenes no sólo no se amedrentaron al escuchar las dificultades y el peligro para conseguir las hierbas sino que, por el contrario, reafirmaron más su decisión de ir por ellas.
Así, Xue Da con cuatro muchachos y Yin Ling con cuatro chicas formaron dos grupos y partieron.
Xue Da y los cuatro jóvenes no paraban ni de noche ni de día camino al precipicio. Para llegar allí tenían que atravesar seis grandes montañas y seis profundos valles. Los que fueron con Xue Da se asustaron nada más ver los picos escarpados de las montañas y seis profundos valles. Los que fueron con Xue Da se asustaron nada más ver los picos escarpados de las montañas y la profundidad de los valles y regresaron todos. Sólo quedó Xue Da, que después de pasar por miles de fatigas y sufrimientos atravesó las seis montañas y los seis valles, y llegó al precipicio. Allí vio infinidad de clases de hierbas y vegetación desconocidas para él y hermosos pájaros que nunca había visto antes sobre las ramas de los árboles. Todo tipo de animalitos jugaban libremente. Xue Da no hizo caso de la belleza del paisaje sino que corrió enseguida a refugiarse en la cueva que quedaba al frente para esperar al leopardo. Cuando sentía hambre mataba algunos animales y saciaba la sed con agua de fuente. Así esperó mucho tiempo. Cierto día Xue Da se dio cuenta de pronto que los pájaros de los árboles se habían ido uno a uno mientras los animalitos asustados también habían escapado. Todo el precipicio había quedado en silencio. Por su sensibilidad especial de cazador ya había adivinado que iba a aparecer algún animal feroz. Entonces se escondió en la cueva, preparó el arco y la flecha, y se quedó observando atentamente. Al ratito un esplendor rojo se proyectó desde la cueva Xiangu, iluminando de sangre toda la montaña y el valle. Enseguida del resplandor salió de la cueva el espíritu de un feroz leopardo. Xue Da, contentísimo, colocó en su arco milagroso dos flechas, las cuales dieron en los ojos del animal. El leopardo saltaba y gruñía del dolor. El joven, ni lerdo ni perezoso, aprovechó la oportunidad para coger la horquilla de caza, abalanzarse y matarlo. Luego le quitó la piel, la bilis, y emprendió victorioso el camino de regreso.
Al separarse de Xue Da, Yin Ling había partido con cuatro muchachas den busca de la hierba medicinal. Caminaron y caminaron quién sabe cuánto tiempo hasta llegar por fin a la Cueva de los Diez Mil Pájaros. Las muchachas miraron hacia el interior y sólo vieron que era muy profunda y oscura. Del interior salían sonidos como para ponerle a cualquiera los pelos de punta. Algunos pájaros enormes y feroces que hacían guardia en la entrada de la cueva miraban fijamente y con odio a las muchachas. Las compañeras de Yin Ling se aterrorizaron con lo que vieron y tocando retirada se volvieron a la aldea. Aunque Yin Ling también estaba muy asustada pensó en la amenaza de muerte que pendía sobre los aldeanos y se llenó de coraje. Comenzó a tocar la flauta y los extraños pájaros, al escuchar aquel sonido, se quedaron dormidos. Yin Ling aprovechó la oportunidad para atravesar la cueva y así llegó a un valle. En ese momento sintió hambre y se dispuso a buscar algo para comer. De pronto divisó una choza de paja sobre una colina no muy lejana. Delante de la choza estaba sentado un viejo bondadoso de pelo blanco. Yin Ling fue a saludar al viejo y a explicarle la razón de su llegada. También le preguntó cuál era el camino para llegar hasta la Montaña de las Diez Mil Flores. El viejo no dijo nada, se levantó, entró al cuarto y le trajo a la joven un plato de sopa y una torta. Una vez que la muchacha hubo comido el anciano le señaló el camino hacia esa montaña y en un destello desaparecieron viejo y choza. Después de haber comido Yin Ling se sentía con más energías y siguiendo el rumbo señalado por el anciano se dirigió a la Montaña de las Diez Mil Flores, donde llegó por fin luego de caminar tres días con sus noches. Qué hermosa era la montaña. Por todas partes crecían todo tipo de flores que ella nunca había visto. Sin embargo, no perdió tiempo mirando el paisaje sino que se dedicó a buscar la hierba medicinal. Buscó un rato y de pronto descubrió que lo que ella buscaba crecía en la ladera de la montaña. Contentísima, se dispuso a subir. Al llegar a la ladera descubrió que la hierba estaba dentro de la canasta floreada de una muchacha vestida con falda roja y con flores rosadas en el pelo. La joven de la canasta le sonrió a nuestra heroína, preguntándole por qué había ido hasta allí. Entonces Yin Ling le contó el porqué de su viaje. La otra observó su instrumento y le pidió que tocara un poco para ella. Ante su ruego Yin Ling, ejecutó un trozo. Pero ¿cómo se iba a imaginar que al tocar iban a aparecer treinta muchachas de vestido azul y flores azules en el cabello, cuarenta niños que llevaban sombreros con dos plumas y dos ramos de flores rojas y vestidos de azul y cuarenta niñas de rojo, con trenzas y dos ramos de grandes flores rosadas.
Ellos rodearon a Yin Ling y le pidieron que siguiera tocando. La joven pensó un poco y a través de la música expresó las desgracias y sufrimientos de los aldeanos. La triste melodía hizo que los demás derramaran lágrimas de compasión. Entonces llenaron en un chasquear de dedos una canasta con la hierba Malianxian y otras hierbas medicinales y se la regalaron a Yin Ling. Luego, la primera muchacha dirigió a Yin Ling hasta un precipicio y le ordenó mirar hacia la dirección que ella señalaba. Yin Ling pudo ver que los enfermos de la aldea eran cada vez más, y muchos estaban ya a punto de expirar. Los llantos cubrían toda la aldea y los aldeanos anhelaban que ella llegara con la hierba Malianxian. Al ver este panorama Yin Ling se quedó más triste e intranquila y ¡cómo hubiera deseado tener alas para llegar allá volando con las preciosas medicinas! En ese momento la otra joven adivinó los pensamientos de Yin Ling. Le mandó cerrar los ojos, la sopló y Yin Ling llegó volando a su aldea. De esta manera, los valientes y laboriosos Xue Da y Yin Ling, consiguieron antes de los tres meses por sobre las dificultades y peligros, la bilis de leopardo y la hierba medicinal Malianxian, salvando a los aldeanos del peligro de muerte y al poblado de la desgracia. Todo el mundo se quedó muy agradecido y a proposición de todos los aldeanos les celebraron una fastuosa boda haciendo que se convirtieran en marido y mujer. Desde entonces, la gente de este lugar comenzó a entonar canciones de felicidad.

HENG MEI Y EL CIERVO DORADO

(Cuento de la nacionalidad naxi)

Hubo una vez un matrimonio pobre de la nacionalidad naxi que llegó a radicarse a las orillas del Lago de Jade, donde, entre los pinos y cipreses, construyeron su casa de dos habitaciones. El hombre se levantaba muy temprano a plantar trigo y a cazar, acostándose muy entrada la noche. Su mujer trabajaba día y noche en un telar de lino. A pesar de ser muy pobres llevaban una vida tranquila, en armonía, y su continua preocupación consistía en los hijos que no llegaban. Tanto deseaban el hijo que todo lo que hacían era como para tres personas: en la mesa siempre ponían tres pares de palillos y tres tazones, y la mujer tejía tela para tres.
Una noche en que las nubes cubrían el cielo por completo la mujer se sentó al lado del fogón a trabajar en el telar, quedándose dormida sin darse cuenta. Soñó que estaba al lado de una gran roca rodeada de bejucos y que en una cueva de la piedra se veía un río lechoso. El ruido del agua al correr era armonioso como la música de una guitarra de tres cuerdas: alguien cantaba dentro de la cueva. Al rato llegó una barca de ciprés en cuya popa aparecía un ciervo dorado. Un joven le sonreía remando en la proa. De repente, salió un cocodrillo de la parte de atrás del barco. Ella cogió una vara de bambú para salvar al muchacho y el cocodrillo se abalanzó sobre la mujer con su gran boca sangrienta abierta de par en par. El miedo la bañó en sudor. Cuando se despertó escuchó el caer de la lluvia. Le contó a su compañero el sueño que había tenido: éste le dijo que aquello había sido el presagio de que iba a tener un hijo. Y efectivamente, el día quince del octavo mes lunar, una noche en que la luna lucía más redonda que nunca, dio a luz un niño tan hermoso como el astro, al cual llamaron Heng Mei.
Heng Mei crecía como un pino hacia el sol, su rostro semejaba a los lotos del Lago de Jade y el acento de su voz sonaba como la cascada de la montaña. Los padres lo querían como a un tesoro. Pasaron quince fiestas de otoño y hete aquí Heng Mei convertido en un muchacho tan inteligente como osado. Era capaz de clavar un flechazo en el cuello de las águilas de la montaña mientras de tres hachazos derribaba un cedro. Además, se había hecho amigo de unos diez niños pobres que vivían en una aldea fortificada al pie de la montaña y les ayudaba a cazar cuando ellos salían a pastar las ovejas. Sus compañeros y compañeras se lo agradecían con pequeños presentes y él les regalaba almizcle y piel de almizclero. Los padres de Heng Mei se sentían regocijados al pensar que, con un hijo tan diestro y de tan buen corazón ya tenían un apoyo para sus últimos días.
Bajo la montaña habitaba un potentado, dueño de 300 li de tierras fértiles y treinta esclavos, que comía carnes y harinas finas, bebía leche y sopa de nido de golondrina, se vestía con sedas y por las noches se cubría con pieles de tigre. Le llamaban “Ri Kua”, lo cual significa víbora venenosa. Su hijo iba a estudiar pero no aprendía nada: en la escuela le habían puesto el mote de Tigre de Madera. Era más feroz que su padre: cuando cabalgaba pisaba los brotes de trigo de los campesinos, si cazaba apuntaba a los cerdos de los demás y raptaba a las muchachas campesinas para divertirse. No había persona en los contornos que no odiara al rico y a su hijo.
Cierto día de madrugada Heng Mei salió de caza y siguiendo las huellas de un leopardo se alejó un buen trecho. Tigre de Madera había salido a cazar faisanes con una decena de personas, pero ya había vaciado diez carcajes y no había obtenido siquiera la pluma de un pájaro. Estaba verdaderamente furioso. Bajando la montaña y al pasar por el Lago de Jade vio que en la casa de Heng Mei colgaban pieles de zorro, cuernos de ciervo y faisanes: cual un lobo cuando ve un cordero se abalanzó a robar dejando en un segundo la casa limpia. El padre de Heng Mei no se contuvo y furioso hirió con su flecha al ladrón en el ojo izquierdo mientras la madre le rompía la nariz con la lanzadera. El Tigre de Madera aullaba del dolor y ordenó que se matara a la madre de Heng Mei, mientras que al padre lo colgó del techo prendiendo fuego a sus pies. Al momento comenzaron a desprenderse nubes de humo. Luego, él y sus seguidores se fueron lanzando grandes carcajadas.
Cuando Heng Mei volvió con el leopardo encontró su casa carbonizada, a su padre quemado vivo y a su madre tirada en el suelo con el cuerpo lleno de cicatrices; en ese momento quedó como fulminado por un rayo. Lloró amargamente, con llanto tempestuoso. “¿A quién debo exigir venganza?”, preguntó mirando hacia el cielo. Pero el azul apagado del firmamento calló. “¿Quién es mi enemigo?”, le preguntó al agua. Pero las lágrimas brillantes del lago enmudecieron. Las llamas de la indignación nacieron en su corazón y llegaron hasta la altura de las montañas nevadas.
Con un arco y una flecha, que era lo único que le había quedado, Heng Mei, se volvió errante cual pinocha al vaivén del viento. De día cantaba tristes canciones y por las noches se refugiaba en una gruta donde prendía una fogata para abrigar su cuerpo, ya que no su corazón, y no pegaba ojo en toda la noche. Cierto día de madrugada un rugido hizo temblar las hierbas cercanas a la cueva. Heng Mei salió para encontrarse con un ciervo que estaba a punto de ser atrapado por un tigre negro. Entonces aprontó el arco, colocó la flecha y mató al tigre. El ciervo comenzó a saltar y fue a lamerle las manos en un gesto de agradecimiento. Era un ciervo dorado, realmente adorable, de amarillo pelaje y orejas rojas. Heng Mei se lo llevó en brazos a su cueva y así, igual que dos hermanitos, se daban calor cuando hacía frío e iban a buscar alimento a la montaña cuando sentían hambre.
Cuando llegó la fiesta de Qing Ming, Heng Mei fue con el ciervo a visitar y arreglar la tumba de sus padres: al acordarse de ellos un dolor indecible lo embriagó.
- Ciervo ¿Me entiendes? ¿Sabes quién es mi enemigo? ¿Qué puedo hacer para calmar esta amargura?
El ciervo asintió con la cabeza movió sus labios y habló:
- Dime lo que quieras para comer o para vestirte y yo te lo daré.
Heng Mei, asombrado y contento a la vez le rogó:
- Yo no quiero manjares ni sedas. Quiero una espada para vengarme, una azada y un buey para sembrar, una bolsa repleta de semillas y una hoz para cosechar.
El ciervo asintió tres veces con la cabeza, caminó hasta la entrada de la cueva, hizo girar tres veces sus cuernos y aparecieron nubes blancas. Luego baló también tres veces y el sonido, cual si fuera mágico voló hasta el cielo, las nubes se abrieron y maravillosamente todo lo que había pedido Heng Mei fue cayendo. Con su buey y las herramientas el muchacho caminó hasta la orilla del lago, cortó árboles, se construyó su casa y sembró la tierra. Más tarde invitó a sus amigos y amigas pobres de la aldea amurallada a vivir con él de modo que los días transcurrieron cada vez más felices.
Cuando el rico Ri Kua se enteró de que los pobres vivían felices a la orilla del lago los dientes le castañetearon de la rabia y mandó a su hijo a averiguar. – “Esos pobretones del lago hace rato que subieron al cielo”. – dijo Tigre de Madera con una sonrisa helada. Entonces el poderoso ordenó a su administrador Chang Ba:
- Ve ya mismo a averiguar qué tesoro hay allí.
Con un par de zapatillas de paja y una chaqueta de piel de oveja Chang Ba se disfrazó de mendigo y llegó llorando a la casa de Heng Mei, profiriendo mentiras con su lengua de víbora. Heng Mei lo trató como si fuera un hermano y los compañeros lo consolaron, señalando al ciervo:
- Con tres balidos del ciervo dorado habrá plata y oro por doquier, ya no tienes de qué preocuparte.
Una vez enterado de aquello, Chang Ba se alegró mucho e ideó un plan. Cuando llegó la medianoche salió de puntillas para robar al ciervo.
Cuando el creso y su hijo se enteraron del robo del ciervo salieron satisfechos a su encuentro: encendieron tres inciensos, le hicieron tres reverencias con la cabeza y le construyeron un palacio al sagrado ciervo: las puertas y ventanas de jade blanco, la cerca de bronce y el suelo con ladrillos de plata. También le pusieron flores de oro, le colgaron perlas y le dieron pollo para comer. El rico Ri Kua se puso la ropa ritual, se arrodillo ante el ciervo sagrado e imploró:
- Tengo corazón de budista y sólo deseo montañas de oro y mares de plata, ríos de perlas y de jades, mil esclavos y mil mu de buenas tierras –. El ciervo dio un salto, derribó haciendo añicos las flores de oro y las perlas, luego volvió a saltar y de una patada le partió en tres la mandíbula, haciéndolo llorar del dolor. Un sirviente se lo llevó mientras llegaba Tigre de Madera a rogar:
- Mi padre no sabe de disciplinas, te ruego que no te enojes, ciervo sagrado. Yo solamente deseo 10.000 canastas de arroz, 10.000 shi de harina, 10.000 caballos, 10.000 ovejas y la misma cantidad de gallinas. Además, únicamente quiero diez muchachas bonitas. Con que sólo des tres balidos yo te respetaré como a un padre –. El ciervo saltó y al segundo el suelo del palacio quedó todo impregnado de heces y con otro salto la nariz de tigre de madera quedó partida de una patada, éste gritando del dolor llamó a los sirvientes para que encerraran al ciervo en la cárcel de tierra ordenando que le dieran de comer una hierba venenosa.
Mientras, Heng Mei se había angustiado mucho al no ver al ciervo y cuando descubrió que Chang Ba había desaparecido se imaginó que seguramente aquél se lo habría robado. Furioso, bajó enseguida de la montaña para perseguirlo. Vio que tanto el camino pequeño como el grande estaban llenos de huellas del animal y que éstas llegaban hasta una gran puerta roja, la de la casa del rico. Heng Mei gopeó la puerta con los leones de piedra que allí delante estaban y el que abrió fue justamente Chang Ba. Heng Mei lo asió fuertemente con la mano y el otro se pegó tal susto que comenzó a gritar como loco atrayendo a todos los criados. Heng Mei había salido tan apresurado de su casa que se había olvidado del arco y la flecha, por lo que fue atrapado. Tigre de Madera lo miró con odio y le comentó a Chang Ba:
- ¡Así que esos dos pobretones habían dejado una mala semilla! ¡Mételo en la celda del ciervo para que se reúna cuando antes con sus antepasados!
Cuando Heng Mei entró en la celda pudo notar de inmediato que el ciervo casi no respiraba: sintió tanta tristeza como rencor. En eso escuchó las voces de dos guardias que estaban comentando justamente de cómo Tigre de Madera había quemado la casa del lago y cómo lo había quedado tuerto y con la nariz rota. Aquellas palabras quemaron como un carbón ardiente el alma del muchacho, pues en ese momento recién venía a descubrir quién había matado a sus padres. ¡Cómo hubiera querido tener en sus manos un rayo para descargarlo en su cabeza! “Quiero vengarme, quiero salvar al ciervo y escaparme” – pensó. Cuando llegó la medianoche hizo con sus uñas un hueco en la pared de la celda y con el ciervo en brazos llegó de un tirón a la orilla del lago.
Allí planeó con sus amigos la venganza, para la cual precisaba diez espadas y la ayuda del ciervo para conseguirlas. Pero este último estaba inmovilizado y el sonido de su respiración era tan débil como una tela de araña. ¿Qué hacer? Estaban inquietos como hormigas alrededor de una olla caliente. De pronto, el ciervo abrió los ojos y un hombre pequeñito saltó de sus pupilas y dijo:
- El rico le dio al ciervo una hierba venenosa y morirá dentro de 49 días. Dicen que bajo la montaña Ruoguo crece un árbol que llega hasta el cielo y en ese árbol hay una hierba que puede salvarlo. En la cueva de Jade Blanco de dicha montaña hay un león dorado que posee un cuchillo milagroso con el cual se puede cortar esa hierba –. Y dicho esto el hombre volvió a la pupila del ciervo y éste cerró los ojos. Heng Mei volvió a sonreír, encargando a sus compañeros que cuidaran los cultivos y al animal; tomando su arco con las flechas partió en busca de la hierba.
Atravesando picos y precipicios, después de caminar tres días y tres noches Heng Mei llegó a las orillas de un gran río. Era tan ancho que no se veía la otra orilla, ni puentes ni barcos. Entonces divisó una boa negra que, con sus grandes ojos como lámparas y la gran boca abierta venía desde el curso superior. En el curso inferior nadaba un pez dorado fosforescente. Al parecer el pez iba a ser atacado; entonces Heng Mei apuntó y mató a la boa de un flechazo. El pez se aproximó a agradecerle, ofreciéndose a llevarlo a la otra orilla. De esta manera Heng Mei, montado sobre el pez dorado, llegó después de tres días a la otra margen del río. El pez le regaló una escama dorada y le dijo:
- A la vuelta, llama tres veces con la escama en la mano y yo te llevaré de vuelta.
Heng Mei guardó bien la escama y caminó otros tres días contra el viento y la lluvia, hasta que llegó a una selva. Los árboles formaban una red que llegaba hasta el cielo, lo pantanoso del terreno no permitía el paso. Estaba pensando muy preocupado cuando vio un gran toro rojo perseguido por un ejército de tábanos. El animal emitía mugidos lastimeros, pero no sabía cómo deshacerse de sus atacantes. Heng Mei tiró varias flechas y mató a unos cuantos, pero al momento aparecieron más. Entonces, después de reflexionar un poco, hizo una fogata con hierbas secas y así terminó con todos los tábanos. El toro rojo se acercó a Heng Mei para agradecerle y a ofrecerse para llevarlo a través del pantano. Heng Mei montó en su lomo, colgó el arco y las flechas de los cuernos del animal y anduvo tres días y tres noches. El toro se despidió de él dándole un pequeño cuerno y diciéndole:
- A la vuelta llámame tres veces con el cuerno en la mano y yo te ayudaré a pasar la selva.
Heng Mei guardó bien el cuerno y siguió su marcha. Caminó tres días con sus noches hasta que llegó a un campo helado. Por el día el sol se reflejaba en el hielo y encandilaba tanto que no se podían abrir los ojos. Por las noches soplaban fuertes vientos y los pies se le agrietaron por las bajas temperaturas. Heng Mei ya no sabía qué hacer cuando vio que un águila negra se abalanzaba sobre una paloma blanca que venía volando en dirección contraria, con sus garras dobladas como dagas. Heng Mei apuntó su flecha hacia el águila y ésta cayó, formando un montículo sobre el suelo. La paloma bajó a agradecerle a Heng Mei y se ofreció para llevarlo volando. Heng Mei aceptó y después de volar tres días, cuando llegaron al final de la playa helada, la paloma se despidió de él dándole una pluma y diciéndole:
- A la vuelta llámame tres veces con mi pluma en la mano y yo vendré a llevarte de regreso.
Heng Mei guardó bien la pluma y continuó avanzando. Con el sol de abrigo y la luna por sombrero volvió a andar tres días y tres noches y llegó a un dique donde el agua corría a borbotones y el aire estaba perfumado de arroz y flores. Heng Mei se alegró, cuando de repente vio una anciana que lloraba al lado de una choza. Ante su demanda, la vieja le explicó a Heng Mei, al tiempo que señalaba una cueva de piedra cubierta por las nubes en la montaña del norte:
- Últimamente ha aparecido un demonio que llega aquí a comerse las vacas y las ovejas, y secuestra a la gente para hacerla su esclava. Mi hija única, A Zhi, ha sido raptada hace diez días y no he vuelto a saber más nada de ella.
Heng Mei pensó que era apremiante salvar a la muchacha y, con su flecha más fuerte, subió a la montaña. Los arbustos que estaban a la entrada de la cueva tenían un poco más de tres metros de altura y dentro había una habitación de piedra. El demonio no estaba y sólo se encontraba una muchacha muy bella, llorando frente a la escalera. Se asustó y alegró al mismo tiempo cuando Heng Mei le explicó a qué había venido; se alegró porque Heng Mei había llegado como un águila heroica a salvarla y sintió miedo porque el demonio estaba al llegar y peligraba la vida del muchacho. Cada uno le contó al otro su desgracia y mientras hablaban idearon un plan: Heng Mei se escondería entre las vigas de la habitación y esperaría al demonio con la punta de la flecha envenenada. El demonio, de pelos erizados, dientes sobresalientes y nariz peluda entró y le preguntó a A Zhi:
- ¿Qué extraño ha llegado? ¿De dónde sale ese ruido de respiración?
- ¿Acaso yo no soy una extraña? ¿Es que yo no respiro? – respondió la muchacha sonriendo. El demonio le dio entonces cereales y carne cruda para comer; ella los recibió y los dejó a un lado.
- No tengo hambre, mejor te ayudaré a limpiarte los dientes – dijo. El monstruo se sentó en la cama, abrió su gran boca sanguinolenta y dejó que la muchacha, parada en la cama, le limpiara los restos de carne de los dientes con una afilada azada. Una vez hecho esto la joven le dio un balde de agua y el monstruo se enjuagó la boca cerrando los ojos. En ese momento Heng Mei le disparó diez flechas y aquél quedó muerto. Los dos jóvenes volvieron a la choza. La madre trató a Heng Mei como a un yerno y todos los pobladores del dique vinieron a felicitarlos. A Zhi le regaló un bordado como regalo de compromiso y él le dejó una flecha dorada de bambú. Ambos se juraron que una vez que Heng Mei consiguiera la hierba volverían juntos a la orilla del lago.
Heng Mei se despidió de las dos mujeres y siguió su camino. Volvió a marchar tres noches y tres días hasta que llegó a la montaña Ruoguo. Las piedras parecían de jade blanco y los picos, de jadeita. Los fénix cantaban sobre la montaña cubierta de nubes de colores. A la entrada de la cueva de jade blanco había un león de pelaje dorado que parecía una roca. Heng Mei estaba aprontando su arco cuando el feroz animal se le vino encima: entonces sacó su espada y el cortó el cuello. Una vez dentro de la cueva tuvo que dar dieciocho vueltas hasta que vio el cuchillo mágico reluciendo en la pared. Con el cuchillo en la mano subió hasta el pico de la montaña, donde efectivamente encontró un árbol que llegaba hasta el cielo y en cuyas ramas crecían unas hierbas de colores y de un aroma fortificador. Heng Mei dio un corte en las ramas: se produjo un rayo luminoso y los brotes volvieron a nacer, creciendo de nuevo al instante. Saltando de alegría y con las hierbas en la mano, el joven volvió al lado de A Zhi, y emprendieron el camino de regreso junto con la madre. Gracias a la ayuda de la paloma blanca, del toro rojo y del pez dorado atravesaron la playa helada, la selva y el río y regresaron a las orillas del lago de jade 48 días después de que Heng Mei hubiera partido den busca de la hierba.
El panorama con que se encontraron era inimaginable: las aguas del lago estaban revueltas y los bosques se quemaban. Resulta que cuando Heng Mei partió, el rico propietario había enviado a sus criados para que atraparan a Heng Mei y al ciervo, incendiaran la nueva casa y revolvieran las aguas del lago. Sus compañeros se habían refugiado en una cueva del bosque junto con el ciervo. El día cuarenta y nueve Heng Mei encontró a sus compañeros y salvó con la hierba al noble animal. Este dio tres balidos y del cielo cayeron 10 caballos y diez flechas. Entonces, Heng Mei montado en su ciervo y los demás en los caballos, bajaron de la montaña y fueron en busca del rico clamando venganza. En el choque de caballos y flechas, los lacayos del rico que no murieron o resultaron heridos se escaparon; Ri Kua huyó con su caballo negro hacia el sur, pero Heng Mei le dio alcance con sus flechas. Chang Ba, que había escapado hacia la dirección contraria, corrió igual suerte. Tigre de Madera, que estaba enloquecido, murió en el entrevero de espadas. Después de liberar a todos los esclavos y repartir entre los aldeanos los bienes del rico, Heng Mei quemó la casa de éste hasta que sólo quedaron montones de carbón. Heng Mei regresó con sus compañeros a la orilla del lago, donde volvieron a construir una casa, a sembrar y a criar ganado; mientras los muchachos iban al monte a cazar, las jóvenes manejaban el telar. El día en que A Zhi y Heng Mei se casaron cada uno de ellos le hizo de casamentero a sus amigos y así, los diez compañeros formaron cinco matrimonios. Corrió el vino de la felicidad mientras las palomas danzaban, sonaban en la montaña las canciones y la melodía diáfana de la flauta. Todos bailaban y cantaban dichosos, y hasta el lago abrió admirado sus grandes ojos brillantes.

ZHUGUYULEPAI Y KANGMEIJIUMINGJI

(Cuento de la nacionalidad naxi)

En el pastizal de la montaña de nieve, pródiga en vegetación y flores, noventa jóvenes fornidos y setenta muchachas, laboriosas cuidaban de un rebaño de ovejas como estrellas, cerdos grandes como osos y vacas grandes como elefantes. Pero todo aquello era propiedad de Dongbenjiugao y su esposa. Trabajando sin descansar, año tras año, de noche y de día, alimentándose del viento y durmiendo bajo el rocío. No poseían ni uno de aquellos animales, ni una carpa que les perteneciera. Sólo las lágrimas, el hambre, el frío, la amistad y el amor les eran propios.
Entre los noventa muchachos había uno (a quien en adelante apelaremos Zhugu) llamado Zhuguyulepai que se destacaba por más capaz entre los demás. Sabía trabajar las pieles y sembrar y era tan diestro en la caza que los animales cuando lo veían se morían de miedo. Kangmeijiumingji (llamada Kangmei) era la más bonita de todas las muchachas y además sabía trasquilar y ordeñar, coser y bordar, con tanta habilidad que incluso los más diestros obreros se sentían incapaces ante ella. Estos dos jóvenes se amaban y se ayudaban mutuamente; con la miel del amor limpiaban las lágrimas, cantaban y bailaban juntos, acompañándose con música. Sus compañeros los elogiaban comparándolos con una pareja de picos nevados que se hallaba al fondo del sitio donde trabajaban; también comentaban que eran como dos grullas blancas volando inseparables por aquel espacio de cielo.
El propietario de todo aquello y su esposa cansados de vivir en aquel lugar, se habían trasladado a otro mucho mejor en la falda de la montaña. Los muchachos se sintieron tan libres como si les hubiesen quitado una montaña de los hombros. Pero el astuto ganadero temía que sus esclavos se escaparan y les ordenó que también se mudaran al nuevo sitio. Pero, ¿cómo se puede volver a encerrar al pájaro que ha salido de su jaula? La orden del ganadero fue un viento en sus oídos y ninguno aceptó irse de allí. El esclavista les decía cosas bonitas como “Deseo que vivan tanto como los árboles antiguos, como el agua y como yo mismo”, para seducirlos les enviaba grullas, cuclillos, golondrinas y otros tipos de aves y peces, ciervos cabras, pero aún así los esclavos no estaban dispuestos a bajar de la montaña. Zhugu y Kangmei le contestaron firmemente: “Queremos la libertad, aunque no vivamos tanto como el esclavista”. Este señor temía que su esclavatura se escapara junto con todo el ganado, por lo que mandó construir nueve puertas de piedra blanca y siete de piedra negra para cerrarles el paso, además de nueve enrejados y siete verjas para impedir la salida de los animales.
Los esclavos estaban prontos para fugarse cuando observaron que habían perdido un rebaño de ovejas. Entonces Zhugu, dirigiendo a los muchachos y Kangmei a las jóvenes formaron dos grupos para salir en su búsqueda. Después de atravesar nueve montañas y siete valles los jóvenes llegaron hasta un árbol sumamente extraño llamado Hanyingbaoda y allí encontraron al rebaño perdido. El exótico vegetal tenía las ramas de coral, las hojas de jade, las flores de oro y plata, y los frutos, piedras preciosas. Los esclavos se pusieron a cantar y a bailar alrededor del árbol, locos de contento.
Como no llevaban ningún adorno puesto pensaron en coger algunos de sus frutos. Entonces un joven tomó un hacha blanca de hierro y la lanzó contra el tronco, pero no sólo no quedó ni la huella sino que hasta el filo del hacha se melló. El habilidoso Zhugu mató una vaca, le sacó el cuero e hizo un fuelle. Luego hizo carbón con la madera de un castaño que había cortado y fabricó un cuchillo filoso con la reja de tres arados. Por último, atrapó al dragón blanco para que templara el metal, hizo el mango con el cuerno del unicornio, y lo llevó a la orilla del río para frotarlo hasta que quedó tan filoso como la arista de una espiga de trigo. Zhugu llegó luego donde el árbol y con el primer cuchillazo volaron tablas blancas que se transformaron en plata. Con ella formaron pulseras para los muchachos y aretes para las chicas. Con el segundo cuchillazo saltaron maderas verdes, que al volcarse en el agua fueron jades, con los cuales se hicieron pulseras para las chicas. Al tercer golpe saltaron maderas amarillas, que no eran sino oro resplandeciente, utilizados para plasmar hermosos “sanxiu”. Al cuarto cuchillazo salieron maderas negras que al transformarse en perlas brillantes se colocaron en el cuello de los jóvenes y en las trenzas de las muchachas. A la quinta vez, las maderas blancas se transformaron en conchas blancas de moluscos con las cuales confeccionaron cinturones para los muchachos y adornaron el cabello de ellas. La madera roja que saltó del sexto cuchillazo fue enseguida bejuco colorido, que una vez trenzado sirvió para vaina de los cuchillos. La madera roja del séptimo cuchillazo se transformó en un tigre rojo. Luego de quitarle la piel se fabricaron cinturones, carcajes, mantas, etc. Y por último, con la madera amarilla de la última cuchillada, que se presentó en bambú del mismo color, se hicieron flautas, lusheng y silbatos. Con los adornos, los muchachos quedaron más guapos y las chicas más hermosas. Kangmei quedó adorable con los adornos que le puso Zhugu y éste más buen mozo con los que ella le colocó. Zhugu tocaba tan bien la flauta que a Kangmei, al escucharlo, le latía el corazón a pasos acelerados, y ella tocaba tan bien el silbato que él sentía su corazón navegar.
Después de haber encontrado el rebaño y conseguido los adornos, el deseo de los esclavos era escaparse. Zhugu abrió las nueve puertas blancas y las siete negras y dejó que salieran como el agua corriente sus compañeros. Kangmei abrió las verjas y permitió que las ovejas se fueran cual nubes flotando. La gente fue saliendo una por una. Kangmei montó en un caballo verde y corrió hacia abajo, dando vuelta la cabeza cada dos por tres, inquieta por Zhugu. Este descendió en un caballo blanco y a todo galope para alcanzar a Kangmei que iba más adelante. Mientras los pastores andaban y andaban comenzó a caer la lluvia de otoño: en un abrir y cerrar de ojos el valle se inundó. Cuando Kangmei y las muchachas acaban de atravesar el puente éste quedó partido por el impresionante oleaje del río: Zhugu y sus compañeros se quedaron al otro lado. Los muchachos trataron de hacer un puente de piedras en el curso superior, pero apenas lo pisaron se derrumbó. Desde la otra orilla las muchachas trataron de formar un puente con tallos de cáñamo, pero éste también se cortó enseguida. Entonces Zhugu construyó un barco con madera de pino; luego mató una cabra y con su cuero hizo balsas. Por último formó un puente colgante con trenzas de bambú y tablas de abedul. Así, hubieron tres formas de cruzar el río. Zhugu dejó que sus compañeros pasaran primero. Por fin, casi todos se reunieron y siguieron su camino muy contentos. Pero faltaba Zhugu, quien no había tenido tiempo de cruzar cuando fue llamado por sus crueles padres para que volviera a su casa. Kangmei estuvo espera que te espera al otro lado del río y al ver que su amigo no venía se sintió sola: desconsolada, estuvo dando vueltas de aquí para allá a la orilla del agua.
Sus compañeros se habían marchado lejos, su amigo no venía y no tenía ni qué comer ni cómo vestirse; por eso a Kangmei no le quedó otra alternativa que trabajar de tejedora para otra gente. Extrañaba mucho a Zhugu; las lágrimas bañaban su tejido. Sus claros lagrimones blanquearon el negro cáñamo y lágrimas de sangre tiñeron la blanca tela. Un loro de buen corazón la vio, volando hasta ella para hacerle compañía y preguntarle qué la acongojaba. La joven le respondió:
- Dile por favor a Zhugu: en el cielo hay tres estrellas que no han vuelto a su constelación. Yo soy una de ellas. En la tierra hay tres hierbas que no han sido mordidas por las ovejas; yo soy una de ellas. En la aldea hay tres muchachas que no han intimado con hombres; yo soy una de ellas. Pon rápidamente la montura de oro a su caballo y ven a buscarme.
El loro llegó a la casa de Zhugu y al no encontrarlo les dijo a los padres el mensaje de Kangmei, quienes respondieron rencorosamente. – Cuando las negras nubes cubren el cielo no brillan las estrellas; ella no es una estrella que no ha vuelto a su constelación sino una negra estrella sin brillo. Las hierbas se marchitan en invierno; ella no es una hierba verde, sino marchita. Tiene un demonio en el vientre, no es una buena muchacha. No merece que se le vaya a buscar en un buen caballo con montura de oro y menos aún que mi hijo se case con ella –. El loro volvió hasta el telar y le transmitió a Kangmei equivocadamente las palabras de los padres de su amado como si fueran un mensaje de toda la familia. Kangmei sintió que su corazón se congelaba, ¿será posible que Zhugu se haya vuelto malvado como sus padres? Kangmei volvió a encargarle al loro que le llevara un mensaje a Zhugu:
- Trasmítele por favor a Zhugu: “En el pasado yo he dicho muchas cosas, y de entre ellas hay tres frases que debes recordar eternamente: Sólo la plata puede emparejarse con el oro, sólo el jade puede emparejarse con las perlas y sólo Zhugu puede emparejarse con Kangmei. Si aún lo recuerdas, monta pronto en tu caballo con montura de oro y ven a buscarme.
El loro encontró a Zhugu y le transmitió el mensaje de la bella. Al recordar el profundo sentimiento de Kangmei, él pensó que ojalá pudiera volar enseguida a su lado; la situación en que ella se encontraba le dolía tanto como si tuviera espenas en el corazón.
- Dile, te lo ruego, a Kangmei – le manifestó al loro –: Las palabras de la persona amada viven en el corazón como la tinta en el agua. Pensaba ir a buscarla en invierno, pero mis padres escondieron mis zapatos y mi ropa y me controlaban de tal modo que no había forma de escaparme. Quise ir por ella en primavera, pero me encontré en una situación difícil: mis padres no me daban nada para comer y estaban todo el tiempo con los cuatro ojos pegados en mí, no tenía forma de huir. Cuando quise ir tras ella en verano las grandes lluvias caían a torrentes y mis padres me ocultaron el impermeable, vigilándome día y noche. En otoño vino el maldito ganadero a buscarme para trabajar. Había muchísimo que hacer y el patrón me vigilaba todo el tiempo con un látigo de bambú en la mano. No había forma de eludirlo. Tengo el corazón partido de tanto esperar. – El loro lanzó un suspiro y partió.
Desde que Kangmei había mandado el segundo mensaje esperaba y esperaba con la esperanza de que el loro regresara rápido junto a Zhugu. Si soplaba viento, ella creía que era el amado que llegaba y se levantaba a recibirlo pero sólo encontraba el vacío. Si oía ruido de cascos pensaba que era Zhugu que venía a buscarla y se levantaba a abrir la puerta, pero era otra persona. Esperó mucho tiempo mas ni llegaba respuesta a su mensaje ni arribaba su adorado. Al pensar en que él ya no la quería sentía el corazón atravesado por cuchillos y lloraba sin consuelo. Sus habilidosas manos parecían estar afectadas de paludismo; el telar terminó tirado a un lado, en el suelo, y el cáñamo sin tejer.
Los dioses de los muertos por amor sintieron lástima de Kangmei y bajaron desde el tercer palacio del dragón de jade a tratar de convencerla:
- Kangmeijiumingji de virtud inflexible, vente al tercer palacio del dragón de jade donde hallarás la felicidad. Estás sufriendo demasiado en este mundo y no eres ni libre ni feliz. Allá tenemos césped suave como algodón, flores durante las cuatro estaciones e inagotable agua de fuente. Allí el tigre sirve de montura, el ciervo blanco para arar, el gamo cuida la puerta y el faisán canta en la mañana. El cuco sabe llevar mensajes y el zorzal, cantar. No hay moscas ni mosquitos. Ven ya con nosotros y les enseñarás a los demás a tejer seda blanca como la nieve y a bordar cinturones, comerás aromáticos caramelos de pino.
Esperando a su amor, a Kangmei se le habían hundido los ojos, tenía los labios resecos, las piernas delgadas y se le habían agotado las lágrimas. Así, terminó por perder las esperanzas y obedeció a los dioses, yéndose a vivir bajo un árbol de la montaña Ruogo enterrando su amor.
El loro volvió con el mensaje de Zhugu. Pero ¿dónde estaba Kangmei? La buscaba por todas partes.
El patrón de Zhugu había perdido un gran buey y estaba muy preocupado. El joven aprovechó para decirle:
- ¡Déjeme ir a buscarlo! – El amo asintió y Zhugu salió corriendo como una flecha en busca de Kangmei. Después de pasar noventa y nueve montañas y setenta y siete valles no consiguió encontrarla. Lloró con dolor y gritó al cielo: “Kangmei, ¿dónde estás?”. Y así, caminando y gritando llegó hasta la montaña Ruogo donde la vio, frente a aquel árbol. ¡Ay! ¡Qué susto se llevó! ¡La querida Kangmei ¡ya había enterrado su amor! Fue como un rayo en su cabeza: enloquecido se abrazó llorando a Kangmei.
- Mi amada Kangmei, he llegado tarde.
Las lágrimas de Zhugu limpiaron el polvo de la cara de Kangmei y las lágrimas de sangre tiñeron de rojo su vestido de cáñamo. Entonces habló el alma de Kangmei:
- Llorar no resuelve nada, Zhugu. En el pasado nos amábamos mutuamente hasta que el odiado río nos separó. Te envié muchos mensajes y tú ni los contestaste ni viniste a buscarme, ¡eres demasiado malvado! – Zhugu le explicó de qué manera la amaba y los problemas que había tenido con sus padres y el patrón para venir a buscarla, y el mensaje que le había enviado con el loro. Y justamente llegó éste, quien confirmó las palabras de Zhugu y además explicó que el primer mensaje no había sido de Zhugu sino de sus padres. Kangmei comprendió todo: abrigó mucho rencor hacia los padres de Zhugu y el patrón que habían puesto tantos obstáculos.
- Mi querido Zhugu – dijo lanzando un suspiro – yo no puedo revivir, quémame con ramas de pino y hojas de ciprés para que pueda ir al hermoso tercer palacio del dragón de jade. Mis adornos y joyas están enterrados en el límite del mundo, donde se junta lo blanco con lo negro, en la montaña Ruogo: son para ti. Ahora nos despedimos para siempre.
Con un dolor infinito Zhugu fue a buscar los adornos y joyas de Kangmei, recogió leña de pino y hojas de ciprés, hizo una gran fogata y luego, abrazando a Kangmei, gritó:
- ¡Querida Kangmei, voy contigo! – y se tiró a las llamas.
Zhugu y Kangmei se convirtieron en dos nubes de humo y se encontraron en la montaña nevada.

LA MUCHACHA CARACOL

(Cuento de la nacionalidad tibetana)

Cierta vez y en cierto lugar había tres hermanas: la hermana Oro, la hermana Plata y la hermana Caracol. Las tres eran inteligentes, laboriosas y bellas como los crisantemos de la montaña. La hermosura de las muchachas cobró fama por lo que el ir y venir de los jóvenes de las aldeas cercanas y lejanas para proponerles matrimonio era tan interminable como la ronda de las abejas en la primavera. Sin embargo, las hermanas Oro y Plata tenían muchas pretensiones, con mucha malicia; a éste lo encontraban pobre, aquél otro era feo, de forma que escogiendo y escogiendo no habían encontrado todavía uno que las satisficiera. Pero la hermana Caracol no se parecía en nada a las otras dos. Aunque muy pequeña, era bondadosa y sólo pretendía un joven laborioso como compañero para sus días.
Una madrugada, cuando la hermana Oro se disponía a ir a buscar agua con el cubo áureo a la espalda, abrió la puerta de la casa y se pegó tal susto que tuvo que retroceder. Y es que en el umbral estaba durmiendo un mendigo viejo, sucio y harapiento, que le obstaculizaba el paso.
La joven agitó la mano y dijo, fastidiada:
- Apártate, apártate, deja pasar a la joven Oro que va a buscar agua.
El anciano pordiosero despegó un poco los párpados y dijo indiferente:
- ¿Necesitas el agua para algo importante?
- Mi padre la necesita para fermentar vino, mi madre para hacer mantequilla, y yo para lavarme la cabeza, ¿cómo no va a ser importante? – replicó con una mueca de desprecio.
- Yo no me puedo levantar – contestó el mendigo, al tiempo que volvía a cerrar los ojos –. Si quieres ir a buscar agua, pasa por encima mío.
La muchacha levantó la cabeza y respondió, completamente indiferente:
- He franqueado el lugar de reunión de mi padre y el sitio donde mi madre conversa, ¿por qué no habría de pasar por encima de ti?
Y dicho y hecho, pasó muy enojada por encima del cuerpo del mendigo.
Al día siguiente le tocaba a la hermana Plata ir a buscar agua. Iba con el cubo plateado a cuestas cuando abrió la puerta de la casa y viendo que allí dormí aun mendigo se pegó tal susto que retrocedió dos pasos, al tiempo que decía:
- Apártate, apártate, deja pasar a la joven Plata que va a buscar agua.
El mendigo le lanzó una mirada y contestó:
- ¿Necesitas el agua para algo importante?
A la muchacha, impaciente, se le inflamaron los ojos de cólera y replicó:
- Mi padre la necesita para fermentar vino, mi madre para hacer mantequilla, y yo para lavarme la cabeza, ¿cómo no va a ser importante?
El mendigo se envolvió en su ropa de arpillera, cerró los ojos y contestó:
- Si quieres ir a buscar agua, pasa por encima mío, yo no me puedo levantar.
La joven se levantó un poco la falda que le llegaba a los pies y dijo:
- He franqueado el lugar de reunión de mi padre y allí donde mi madre habla, ¿por qué no voy a poder pasar por encima tuyo?
Y acto seguido pasó por encima del hombre y se fue a buscar agua.
El tercer día le tocaba a la hermana Caracol ir a recoger agua. Se levantó por la mañana muy temprano, se cargó muy contenta a la espalda el cubo de concha y cuando abrió la gran puerta para salir se sobresaltó al ver que allí estaba durmiendo un viejo y sucio pordiosero. La hermana Caracol sintió pena por el hombre de edad avanzada y no quiso molestarlo por lo que lo llamó suavemente:
- Por favor, déjeme pasar que voy a buscar agua.
Pero el mendigo ni se movió ni abrió los ojos.
- No estoy obstaculizando tu camino – dijo el anciano – puedes pasar por encima mío.
- No he franqueado el lugar donde se reúne mi padre ni el sitio donde conversa mi madre, tampoco puedo pasar por encima de ti.
La joven, muy suavemente, dio la vuelta alrededor del cuerpo del viejo y cantando llegó a la orilla del río. El sauce de la orilla ya exhibía sus brotes verdes y las aguas corrían armoniosamente. Ella descargó el cubo de conchas, se arrodilló, bebió unos sorbos de agua cristalina y luego fue llenando el recipiente con el cucharón de conchas. En ese momento se las vio negras. ¿Cómo cargar el cubo sin la ayuda de otra persona? La joven miró en derredor suyo pero no divisó ni una sombra. Ya estaba muy inquieta sintió como un destello ante sus ojos: hete aquí al mendigo parado delante suyo. Ya no parecía aquel viejo medio moribundo sino que se le veía muy animado.
- Jovencita Caracol, voy a ayudarte a levantar el cubo – le dijo. La joven se puso muy contenta, se arrodilló y pegó la espalda al cubo, luego se colocó la pértiga en el hombro. El hombre en cuestión parecía querer crearle dificultades al levantar la pértiga un poco más arriba a veces y otras más abajo, de manera que ella no encontraba una manera cómoda de llevarla. La muchacha intentó pararse varias veces pero no lo logró. Finalmente, cuando ya lo había conseguido, como el cubo no había sido bien amarrado a la pértiga resbaló por ésta hasta caer hecho añicos. La muchacha, afligida por la pérdida del cubo y con miedo de que sus padres la rezongaran al volver a la casa se tapó la cara y sollozó.
En cambio, el viejo no se inmutó para nada, por el contrario le dijo sonriendo:
- ¿Qué tiene de especial este cubo? Yo puedo darte uno.
La joven no contestó sino que lloró con más fuerza, pensando: “Este pobretón, ¡con qué me lo va a poder devolver! Este no es un cubo común, está hecho de conchas y no se vende en ninguna parte.”
Quién se imaginaría que el viejo tenía su solución. Asió una a una las conchas, las mezcló y luego le dijo:
- Mira, muchacha Caracol, ¿acaso no está bueno el cubo?
¡Cómo le iba a creer la joven! Ella pensaba: “Evidentemente se ha roto, no te rías de mí.” Pero no pudo contener la curiosidad y miró: qué curioso, el cubo de conchas estaba enterito. Además, estaba lleno de agua cristalina. Se alegró tanto que hasta le vinieron deseos de cantar y pensó: “Este pordiosero no es una persona del montón seguramente, tal vez sea un genio”.
- Eres realmente una buena persona, me has salvado, ¿te puedo ayudar en algo? – le manifestó agradecida.
- No tengo donde dormir esta noche, me gustaría descansar sólo por hoy en la cocina de tu casa.
- Temo que mi madre no acepte, ella odia a los mendigos. Pero no te preocupes, yo se lo voy a rogar.
- No es necesario que lo hagas, muchacha. Si ella no está de acuerdo, tú le das lo que está dentro del cubo.
La chicuela no tenía claro qué es lo que había dentro del recipiente. Pero impresionada por quien creía un genio no preguntó más nada y retornó a su casa cargando el cubo con la pértiga.
Una vez en el hogar, al tiempo que vertía el agua en el recipiente de bronce, le comentó a su madre que un mendigo quería pasar la noche en la cocina de la casa. La señora frunció las cejas y reflexionó.
- ¿Cómo vamos a permitir que un viejo y sucio vagabundo pase la noche en la cocina de nuestra casa?...
En ese mismo momento ¡plaf! se oyó el ruido de una cosa amarilla que había caído dentro del cubo. Fue entonces que la muchacha recordó las palabras del mendigo y dijo:
- Además, él me dijo que le diera a mi madre lo que hay dentro del cubo.
La madre observó: aquello que había sonado era un anillo de oro por lo cual desfrunció el ceño y sonrió.
- Bueno, dejémoslo que duerma esta noche en la cocina – dijo.
Después de la cena toda la familia se reunió a charlar. El padre bebía té con mantequilla y la madre tejía. Hablando y hablando se tocó el tema del casamiento de las muchachas.
- Yo me quiero casar con el rey de la India – dijo la hermana Oro.
- Y yo con el rey de aquí – dijo la hermana Plata.
Cuando el padre le preguntó a la tercera, ésta se quedó sin saber qué decir. En ese momento entró sin anunciarse el mendigo y se dirigió a los mayores.
- Quiero hacerle de casamentero a la joven Caracol. Alguien tan hermoso y bueno como ella debe casarse con Gongzela.
¿Quién era ese Gongzela y dónde vivía? Nadie lo sabía ni había oído hablar de él. Los padres pensaron: “Este mendigo loco ¿a qué persona de renombre y posición puede conocer? Seguramente está proponiendo a otro pordiosero”. Cuando sus pensamientos llegaron a este punto los dos menearon la cabeza negativamente. Las otras dos hermanas estaban cuchicheándose al oído sin poder dejar de mirar a la otra con una sonrisa fría.
El mendigo se dio vuelta y le preguntó a la hermana Caracol:
- Gongzela es una buena persona, ¿estás dispuesta a casarte con él?
- No sé quién es – dijo ella.
- Confía en mí, no te engañaré, Gongzela podrá hacerte feliz.
La joven recordó lo que había sucedido aquella mañana. Ella sabía que el mendigo no haría trampas y asintió con la cabeza.
- Te creo y quiero casarme con Gongzela, pero, ¿dónde vive? ¿Y qué tipo de persona es?
- Eres realmente una muchacha inteligente. Si quieres buscar a Gongzela vente conmigo. Siguiendo las huellas de mi bastón llegarás hasta el lugar donde él habita.
Y dicho esto el anciano se dirigió hacia la puerta. La chica lo siguió mientras los padres, al ver que no la podían detener, montaron en cólera:
- Si te vas, no te vayas a arrepentir luego, porque en esta casa ya no podrás entrar.
Las otras dos jóvenes estaban a un lado sonriendo irónicamente.
La hermana Caracol atravesó el umbral de su casa pero ya no se veía ni la sombra del viejo mendigo. Del cielo colgaba una luna brillante que alumbraba el camino y ella encaminó sus pasos siguiendo las huellas del bastón del viejo.
Cuando la luna se iba escondiendo por el occidente y el sol se elevaba por el oriente, la joven, que no sabía cuánto había caminado ya, llegó a un gran dique. Sobre éste retozaba un rebaño de cientos de ovejas que semejaban en su conjunto un ramo de flores. Ella le preguntó al niño pastor:
- ¿Has visto pasar por aquí a un viejo mendigo?
- No. Sólo he visto pasar hace un momento a Gongzela, estas ovejas son suyas.
La muchacha agradeció al niño y siguió camina que camina hasta encontrar un vaquero.
- ¿Has visto pasar por aquí a un viejo mendigo?
- No. Sólo he visto a Gongzela que hace apenas un momento pasó por aquí. Estas vacas son todas suyas.
La joven se despidió del vaquero y prosiguió marchando hasta que se topó con un recuero y le preguntó:
- ¿Has visto pasar por aquí a un viejo mendigo?
- Sólo he visto pasar hace apenas un momento a Gongzela, estos caballos son de él, si quieres verlo sigue hacia adelante.
Tan idéntica respuesta de los tres hombres hizo sospechar a la joven, que pensaba mientras caminaba: “Al final de cuentas ¿qué tipo de persona es Gongzela? ¿Cómo puede tener tanto ganado? ¿El viejo mendigo será Gongzela? ¿Acaso me voy a casar con un viejo mendigo?” Pensando esto, de pronto levantó la cabeza y notó el término de un dique y un gran edificio parecido a un palacio que fulguraba, semioculto, con un brillo dorado. Entonces dio con un hombre canoso y le preguntó:
- Disculpe, ¿ha visto pasar a un anciano mendigo?
- No, - contestó el anciano sonriente – por aquí sólo acaba de pasar Gongzela.
La muchacha señaló el palacio a lo lejos y preguntó:
- Dígame por favor, ¿qué templo es aquél? ¿Qué buda hay allí?
- Muchacha, ese es el palacio de Gongzela, no es un templo. Sigue este camino, él te está esperando – expresó lleno de amabilidad.
La muchacha agradeció al hombre de pelo cano y se encaminó hacia el palacio. Por cada lugar por donde pisaban sus pies iban surgiendo del suelo flores, como por arte de magia, que compitiendo en colorido e inundando el aire de perfume parecían estar dando la bienvenida a quien llegara. Las flores lozanas se abrían al paso de la muchacha, formando así un camino florido que la condujo al frente del palacio.
Cuando ella pisó la escalera del edificio, la gran puerta se abrió inmediatamente. Gongzela junto con su séquito, vestido del color del arco iris, portando perlas, turquesas y corales, salió a recibirla y a pedirla en matrimonio. Ella notó impactada que Gongzela era un rey joven y guapo, por lo cual lo aceptó sin reservas: en ese momento supo que Gongzela no era otro que el viejo mendigo disfrazado.
Gongzela se sentó en una cama de oro y la muchacha vistió la ropa irisada, se enjoyó y se sentó en una cama de plata. Escogieron de mutuo acuerdo un día apropiado y se unieron como esposos viviendo muchos años felices en aquel palacio.

EL PAJARO MARAVILLOSO

(Cuento de la nacionalidad mongola)

Dicen que dicen que tiempo atrás en el bosque que bordea las montañas del norte había un maravilloso pájaro inteligentísimo y despierto que incluso sabía hablar.
Emperadores, ministros y potentados de muchos países habían enviado gente para atraparlo y algunos incluso fueron ellos mismos, pero nadie pudo conseguirlo. Sin embargo, el pájaro no se movía nunca de la rama de un pino milenario, siempre trinando y trinando.
Cuentan que aquellos que tanto iban y venían en busca del pájaro terminaron por dejar un camino en la montaña.
He aquí que la historia del maravilloso pájaro llegó luego a oídos del rey Yiertegeer, del este, quien pensó: “¡Qué pájaro tan terrible! Dicen que nadie ha conseguido atraparlo. Pero de todos modos yo lo lograré!” Y dicho esto se dispuso a partir.
El rey llegó hasta el bosque de que hablábamos, hasta que se detuvo bajo las frondosas ramas de aquel pino milenario. Pero el ave no se asustó ni escapó sino que se dejó atrapar. El rey quedó loco de alegría. Cuando iban en camino de regreso, el pájaro le habló: “¡Respetado rey! Me ha atrapado sin ningún esfuerzo. No obstante, en el camino de regreso no debe exhalar grandes suspiros, ni quedarse en silencio y cabizbajo; de lo contrario me escaparé en un abrir y cerrar de ojos. Por lo tanto, sea como sea, en la marcha siempre tiene que ir hablando alguno de los dos.”
- Está bien – le contestó el rey –, entonces cuenta tú alguna cosa.
- Bueno, le contaré al rey una historia – repuso el pájaro –. Cuentan que había un lugar donde vivía un buen cazador con un buen perro. En cierta ocasión el cazador salió de excursión con su perro y de pronto se encontró una carreta repleta de riquezas en pleno valle. La carreta estaba rota y detenida en ese lugar y su dueño se hallaba sentado mostrando su preocupación. Los hombres intercambiaron algunas palabras formales y se sentaron juntos a fumar un cigarrillo. El de la carreta dijo:
- Hermano cazador, yo quiero ir hasta la aldea que queda más adelante para conseguir alguien que arregle la carreta. Te pido por favor que te quedes aquí con tu perro a cuidarme la carreta.
- Bien – aceptó el cazador y el otro hombre muy contento atravesó la montaña.
El cazador esperó hasta la tardecita y como el dueño de la carreta no volvía pensó: “Mi vieja madre está mal de la vista. Es posible que desde la mañana no haya probado bocado”. Le habló a su perro:
- Quédate aquí cuidando hasta que regrese el dueño de la carreta. No dejes que se roben nada. Yo regreso a hacerle la comida a mi mamá –. Y se marchó.
El perro, fiel al mandato de su amo, se ocupó de cuidar que el buey que tiraba de la carreta no se apartara del sitio y al igual que un sereno, estuvo todo el tiempo dando vueltas de aquí para allá alrededor del vehículo.
El propietario de la carreta pasó por muchas aldeas hasta que por fin hacia la medianoche encontró quien la reparara. Cuando volvió, se dio cuenta que el cazador no estaba mientras que el perro se había quedado a cuidar fielmente la carreta. El hombre se dijo que aquél era en verdad un animal muy bueno y lo premió con algunas piezas de plata, ordenándole que se fuera. En ese momento el cazador estaba justamente en la puerta de su casa esperando el regreso de su mejor amigo. Nada más ver a su amo dejó en el suelo la plata que traía en el hocico. El cazador se enfureció, rezongándole: “Te he dicho que cuidaras bien de que no robaran nada y tú sales robando piezas de plata”. Y terminó matando a palos al buen can.
- ¡Ay! ¡Qué descuido tan grande! ¡Matar por error a un perro tan bueno! – exclamó el rey.
- Ha suspirado – dijo el pájaro, y en un abrir y cerrar de ojos se le voló de las manos.
El monarca se reprochaba a sí mismo: ¿Cómo pude olvidarme de que no tenía que suspirar? Entonces desanduvo el camino y atrapó por segunda vez al pájaro en la rama del vetusto pino. El ave comenzó a hablar:
- Bueno, ahora te relataré otra historia. Se cuenta que había un lugar donde una mujer tenía un buen gato. Un día, la mujer tenía que ir a traer agua del pozo y le dijo al felino: “Cuida bien al bebé que está en la cuna”. Después de que la mujer salió el gato se tiró al lado de la cuna espantando las moscas y los mosquitos. De repente, desde la puerta apareció un ratón grande con toda la intención de morderle la oreja al niño. Muy enfadado, el gato se dispuso a atrapar el ratón. Pero en ese mismo momento otro tan grande llegó a todo correr y de un mordisco se llevó la oreja del bebé, quien comenzó a llorar del dolor.
El gato, que estaba persiguiendo al primer ratón, se pegó el gran susto y volvió corriendo al cuarto, mató al roedor en la puerta, llegó hasta la cuna y se puso a lamer la oreja del niño que manaba sangre. Cuando llegó de vuelta la mujer y vio aquello no pudo contener su indignación. “Te mandé que cuidaras al niño pero tú, malvado, le has comido la oreja”. Hablando así, dio al gato una golpiza que lo dejó muerto. Pero tan pronto dio vuelta la cabeza notó que había un ratón muerto atrás de la puerta, con la oreja del niño entre los dientes. Al darse cuenta de su error comenzó a llorar.
- ¡Ay! ¡Pobrecito! – volvió a exclamar el rey y no más hacerlo el pájaro ¡zás! se le voló de las manos.
El rey desanduvo por tercera vez el camino, llegó hasta el pájaro y lo volvió a atrapar en el mismo lugar de siempre. Luego emprendió el escabroso camino de regreso a través de la montaña. En la marcha el pájaro le volvió a contar un cuento. – Hubo una vez un año de grandes sequías – comenzó el ave astuta – y un hombre llamado Aerbai abandonó la zona afectada por la hambruna. El sol apretaba recio en el camino y el pobre tenía la garganta tan seca que ya no podía caminar, por lo cual se sentó bajo una alta roca a esperar la muerte. De súbito escuchó un “glu, glu, glu,” o sea el ruido de agua goteando: descubrió así que el líquido bajaba de lo alto de la gran roca. Sin caber en sí de alegría Aerbai sacó inmediatamente su tazón de madera para recibir el precioso líquido. Cuando logró no sin dificultades llenar el tazón y ya se lo estaba llevando a los labios, apareció de pronto un cuervo que con sus alas le volcó el recipiente. ¡Este maldito pajarraco me ha derramado el agua que Dios misericordioso me ha obsequiado gota a gota! – exclamó furioso, y recogiendo una piedra persiguió al cuervo hasta que lo mató. Nada más llegar hasta el lugar donde había ultimado al cuervo descubrió que un poco más adelante salía agua de la grieta de una roca. Una vez más se puso muy contento, bebiendo hasta hartarse. Pero cuando volvió a donde había estado sentado y recogió su paquete, levantó la cabeza y descubrió una gran serpiente que dormía encima de la roca, en tanto de su boca manaba un líquido. ¡Ay! Quiere decir que el “agua” que yo había juntado era el veneno de esta serpiente y el cuervo me salvó la vida – pensó el hombre con lágrimas de arrepentimiento.
- ¡Ay! – exclamó el rey - ¡Pobre cuervo! ¡Sacrificó su vida para salvar a otro!
- ¡Otra vez ha fracasado! – gritó el pájaro y volvió a echar vuelo.
- Se acabó, realmente no hay manera de atrapar a este pájaro – pensó el rey y regresó a su palacio.

EL INGENIOSO ZORRO ROJO

(Cuento de la nacionalidad mongola)

Hace tantísimo tiempo había un niño muy pobre llamado Baoluoledai, que sin familia ni tener en quien apoyarse vivía en una choza, cazando liebres y pájaros para poder comer.
Cierto día, cuando los cazadores estaban haciendo una batida se toparon con un zorro rojo. El animal se encontraba cercado sin tener por donde escapar cuando se encontró con Baoluoledai.
- Hermanito, sálvame – le rogó –. Si me salvas la vida prometo ayudarte.
El joven sintió lástima del zorro y lo escondió entre un montón de hierba. En ese momento llegaron los cazadores y le preguntaron:
- Eh, muchacho, ¿has visto a un zorro rojo?
- Soy un muchacho pobre que no tiene más que esta miserable choza – contestó –. Aquí no hay lugar donde pueda haberse ocultado, hace rato que se escapó hacia el norte.
Los cazadores se encaminaron en seguida hacia esa dirección, de forma que el joven pudo salvar al zorro rojo.
Un día después, el animal volvió y le dijo a Baoluoledai:
- Hermanito, tú eres mi salvador, ¿qué te parece si consigo que la princesa, hija del rey Huermusute, sea tu esposa?
- ¡Cómo es posible! – contestó – ¿Cómo va a atreverse un pobre como yo a pretender ser el cónyuge de la princesa?
Al otro día el zorro rojo fue al cielo y le dijo al soberano Huemusute:
- Su Alteza, présteme su báscula, por favor. Quiero medir las riquezas del rico Baoluoledai.
El rey se quedó muy asombrado en su fuero interno puesto que nunca había oído hablar de que hubiera en la tierra un potentado con tal nombre. Con la intención de conocerlo, no dijo ni pío, entregándole la báscula al zorro rojo.
Una vez que este consiguió el instrumento lo llevó a un sitio rocoso y con mucha arena, lo restregó y chocó contra unas y otras hasta que estuvo a punto de romperse. Siete días después volvió al palacio del rey a devolverle la báscula. Pero antes de partir le había ordenado al joven pobre que vendiera todo lo que tenía en su casa a cambio de cinco onzas de plata. Este, que no lograba comprender la intención del animal, se sintió un poco fastidiado y le reprochó:
- ¡Ay! ¡Y tú todavía dices que me quieres ayudar! ¡Has hecho que venda lo poco que tenía, ya no me queda ni una olla donde cocinar el arroz!
- Vamos, vamos, no te preocupes, hermanito Baoluoledai, espera un poco y ya verás – le contestó el astuto zorr.
Así, éste llegó hasta el rey con cinco onzas de plata.
- Gran Rey, he empleado siete días en pesar todas las riquezas del adinerado Baoluoledai que vive en la tierra. Hoy he venido a devolverle su báscula. Le suplico que reciba este pequeño presente de cinco onzas de plata.
El rey tomó en sus manos la balanza, observó que estaba tan pulida que faltaba poco para que se quebrara y reflexionó: ¡Ese Baoluoledai tiene en verdad muchas riquezas! El zorro adivinó sus pensamientos y se apresuró a expresarle:
- Gran rey Huermusute, permítame actuar como casamentero, ¿aceptaría concederle al rico Baoluoledai la mano de la princesa?
¿Cómo no se iba a alegrar el monarca de encontrar tan buen partido para su hija? Sin embargo, todavía le quedaba alguna duda y repuso:
- No te apresures tanto. Tráeme a ese joven para conocerlo y luego veremos.
El zorro estaba contentísimo y regresó de inmediato.
¿Cómo se iba a imaginar lo que sucedería al llegar? El muchacho apenas lo escuchó comenzó a negar con la cabeza al tiempo que exclamaba:
- ¡Imposible! ¡Imposible! Si el rey se llega a enterar de lo pobre que soy se enojará muchísimo y quién sabe si podremos conservar la vida.
- No te aflijas por eso, tú ven conmigo y nada más.
Y dicho y hecho el zorro llevó al muchacho hasta la presencia del soberano. Pero cuando ya estaban a punto de llegar, el zorro hizo intencionadamente que el muchacho se cayera en un estanque de barro cercano al palacio y luego corrió a toda velocidad mientras gritaba:
- ¡Malas nuevas! ¡Malas nuevas! Rey Huermusute, el camino a su palacio es en verdad muy escabroso, ¡por su culpa el futuro príncipe se cayó en el estanque! Mande pronto un buen caballo y alguna ropa buena para que se mude antes de verlo a usted, de lo contrario su yerno se enfadará.
Sobresaltado ante tales palabras, el rey ordenó enseguida a alguien que trajera ropas y caballos; luego ordenó al zorro que se los alcanzara al pretendiente de su hija. Cuando Baoluoledai se estaba cambiando de ropa el zorro le aconsejó una y otra vez:
- Hermanito Baoluoledai, cuando llegues al palacio del gran rey debes recordar bien tres cosas. Primero, después de que amarres el caballo en el poste por nada del mundo des vuelta la cabeza para mirar al animal. Segundo, después de que entres en la habitación, por nada del mundo debes mirarte la ropa. Tercero, cuando estés comiendo, por nada del mundo debes hacer ruido al masticar.
Pero ¡quién iba a imaginar que nada más llegar, nuestro héroe se olvidó por completo de las advertencias que le hiciera el zorro! Volvió la cabeza para mirar al caballo. Se miró la ropa al entrar en el palacio e hizo mucho ruido al masticar. De esa forma el gran rey entró en sospechas, llamó al zorro rojo a un lado y le dijo:
- ¡Este Baoluoledai es seguramente un pobretón! Mira, parece que nunca ha montado en un caballo tan bueno, que nunca se ha vestido con ropas de calidad y que jamás ha probado platos tan exquisitos.
El zorro, que era muy despierto, salvó la situación replicando:
- Ja, ja, ¡Usted se ha equivocado! Justamente porque el caballo y la ropa que usted le envió no son tan buenos como los que él posee se detuvo a mirarlos y sólo porque la comida que le han servido deja bastante que desear, él, desacostumbrado, hizo ruido al masticarla.
Con la explicación del zorro el rey pensó que Baoluoledai era una persona verdaderamente excepcional y lo aceptó como parte de la familia en el mismo momento.
Pero entonces el joven se intranquilizó aún más y le dijo al zorro:
- ¡La cosa va mal, la cosa va mal! Ahora que el rey me ha dado a su hija, si se entera de la verdad, ¿seguiremos vivos?
- No temas, deja que yo arregle todo. – Y el zorro se fue en el acto, antes que nadie.
Iba el hábil animal marchando por la pradera cuando se encontró con una manada de camellos. Preguntó:
- ¡Eh! Tú, pastor, ¡de quién son todos estos camellos?
- ¡Ay! ¿Quién puede tener todos estos animales? Unicamente el monstruo de quince cabezas.
- Escucha esto: el gran rey Huermusute ha bajado a la tierra. Si le dices que estos camellos son del monstruo de quince cabezas te matará; en cambio, si decís que son propiedad del rico Baoluoledai te garantizo que no te pasará nada.
- Lo recordaré, gracias por su atención.
El zorro siguió caminando y caminando hasta que se topó con una tropa de caballos.
- ¡Eh! ¿De quién son todos estos caballos? – le preguntó al arriero.
- ¿Quién crees tú que pueda tener tantas bestias? Son todos del monstruo de quince cabezas.
- Escucha esto: el gran rey Huermusute ha bajado a la tierra. Si le dices que los animales son del monstruo de quince cabezas te matará. En cambio, si le dices que pertenecen al rico Baoluoledai no te sucederá nada.
- Lo recordaré, gracias por tu preocupación.
Marcha que te marcha el zorro se dio de narices con otra tropa de ganado y le preguntó al cuidador:
- ¡Eh! ¿De quién son todas estas vacas?
- ¿De quién van a ser sino del monstruo de quince cabezas?
- Escucha algo: el gran rey Huermusute ha descendido a la tierra. Si le dices que estas vacas son del monstruo te matará, en cambio no te sucederá nada si le respondes que pertenecen al rico Baoluoledai.
- Lo recordaré, gracias por tu amabilidad.
El zorro siguió anda que te anda hasta que se le cruzó en el camino un rebaño de ovejas.
- ¡Eh! ¿De quién es este rebaño? – le preguntó al pastor.
- ¡Ay! ¿Quién va a tener tantas ovejas sino el monstruo de quince cabezas?
- Oyeme, el gran rey bajará a la tierra. Si le dices que este rebaño es del monstruo de quince cabezas te matará. En cambio nada te pasará si le explicas que son del rico Baoluoledai.
- Lo tendré en cuenta, gracias por avisarme.
El zorro siguió y siguió hasta llegar al palacio del monstruo de quince cabezas y se encontró con el dueño, quien le demandó:
- Astuto zorro, ¿a qué has venido? ¿Acaso a engañarme?
- ¡Rápido! ¡Rápido! – replicó el zorro. – El gran rey Huermusute bajará a la tierra. ¡Escóndete pronto bajo una gran piedra del establo, pues si te ve va a ultimarte!
El monstruo de quince cabezas se quedó estupefacto al escuchar aquello y corrió a esconderse donde le indicaban.

Luego el zorro se dirigió a la demás gente del palacio:
- ¡Todos ustedes deben tener cuidado! Si el rey Huermusute les pregunta, digan que son los sirvientes del rico Baoluoledai. Si se llega a enterar que son del personal del monstruo de quince cabezas seguramente morirán.
Los del palacio también se asustaron muchísimo y no hubo uno que se negara a obedecer al zorro.
El rey Huermusute bajó en persona a entregar la princesa a Baoluoledai. Por el camino se encontró con grandes manadas y rebaños de camellos, ovejas, caballos y vacas. A todos los pastores les preguntó de quién eran aquellas bestias y le contestaron que pertenecían al rico Baoluoledai. Al final, llegó al palacio del monstruo de quince cabezas, lanzó una mirada y sólo pudo observar lujo y riqueza por doquier. Contento, sin poder controlar su entusiasmo, exclamó:
- ¡Mi yerno Baoluoledai es realmente un potentado extraordinario!
- ¡Cómo no! – interpuso el zorro – Sin embargo, el destino indica que su yerno debería ser más rico aún. El lama adivino ha manifestado que bajo una gran piedra del establo se encuentra un malvado. Es él quien impide que Baoluoledai no viva mejor. Gran rey Huermusute, ¡destruya pronto a ese maldito!
El rey se enfureció al oír aquellas palabras del astuto zorro rojo, lazó rayos y truenos e hizo añicos la gran piedra, terminando así con el monstruo de quince cabezas. No mucho más tarde, Baoluoledai era el yerno del gran rey y vivió contento y feliz con la princesa en el expalacio del monstruo.